“El hombre era, y es, demasiado superficial y cobarde para soportar el hecho de la mortalidad de todo lo viviente. Lo envuelve en optimismo-progreso color de rosa, le amontona las flores de la literatura, se arrastra tras el amparo de los ideales para no ver nada. Pero la impermanencia, el nacimiento y el paso, es la forma de todo lo que es actual, desde las estrellas, cuyo destino es para nosotros incalculable, hasta los efímeros concursos de nuestro planeta. La vida del individuo, ya sea animal, vegetal o humano, es tan perecedera como la de los pueblos de las Culturas. Cada creación está condenada a la decadencia, cada pensamiento, cada descubrimiento, cada acto al olvido. Aquí, allá y en todas partes somos conscientes de los cursos de la historia grandiosamente predestinados que se han desvanecido. Las ruinas de las obras «antiguas» de las culturas muertas yacen a nuestro alrededor. El hybris de Prometeo, que empujó su mano hacia los cielos para sujetar los poderes divinos al hombre, lleva consigo su caída. Entonces, ¿qué pasa con la charla sobre «logros eternos»? »

Oswald Spengler,

El hombre y la técnica: una contribución a una filosofía de vida.